El propósito del trabajo es mostrar, a través de una fundamentación filosófica, que la arquitectura ha jugado y sigue jugando un papel fundamental en la apertura de la razón y el corazón humano a la transcendencia. El trabajo se basa en la antigua concepción griega, procedente del pensamiento de Platón y de Aristóteles, de que la filosofía y todo conocimiento comienza con el asombro que abarca tanto el acto de maravillarse ante la inmensidad del cosmos como preguntarse cuál puede ser el sentido de la realidad extraordinaria que ha sido revelada. Al asombrarse, la razón y el corazón humano se abren ante una realidad que supera la comprensión finita del ser humano, pero que puede ser presenciada y recibida en forma de belleza, bondad y verdad.
Los que fueron considerados sabios en la más temprana tradición de la antigua griega no eran sólo teóricos, sino también gente práctica, llamados en la épica homérica: tektones. El trabajo demuestra cómo los más destacados entre ellos, durante los siglos VI y V a.C., se convertían en los primeros arquitectos responsables de los grandes proyectos y monumentos arquitectónicos de la antigua Grecia. En la obra arquitectónica, que es bella, tectónicamente hablando, aparece una dimensión intangible: la materia, estructurada según principios y conocimientos tectónicos, adquiere una calidad espiritual de esplendor y vitalidad que deja a los que presencian estas maravillas asombrados. Por eso fueron considerados sabios los más sobresalientes de los tektones y architektones porque eran capaces de hacer aparecer una dimensión divina en la tierra y así abrir la mente del ser humano a la transcendencia.
El primer capítulo vuelve a los orígenes de la filosofía y la arquitectura para encontrar un vínculo común entre las dos disciplinas en la concepción del ser humano como un ser que manifiesta su apertura a la transcendencia en la contemplación del cielo y las estrellas. Como Aristóteles, el arquitecto romano Vitruvio destaca este momento de asombro como decisivo en la historia de la humanidad y lo vincula con los primeros comienzos de la arquitectura: facere tecta. Se puede apreciar parte de la palabra “tectónico” en tecta, aunque en la terminología vitruviana se refiere principalmente a la parte superior de una construcción, sobre todo el techo. Siguiendo su narrativa, es más que probable que tiene en mente que las primeras construcciones proporcionaban cobijo, y sobre todo protección contra fuerzas climatológicas como el agua y la luz, para los que habían salido recientemente de los bosques y de las cuevas. La historia sobre los comienzos de la arquitectura de Vitruvio es también la historia de cómo el ser humano se hacía con la naturaleza y empezaba a construirse una existencia, que no sólo consistía en protegerse y meramente sobrevivir, sino que su destreza con los materiales, su capacidad de crear comunidades comunicándose con los demás y su contemplación del cielo manifestaban su creciente libertad y necesidad de desarrollarse espiritualmente.
Al hilo de esta reinterpretación de los orígenes de la filosofía y la arquitectura, el trabajo aborda la lectura crítica del texto filosófico que más influencia ha tenido, por lo menos teóricamente, sobre la arquitectura en la segunda mitad del siglo XX: Construir, habitar, pensar de Martin Heidegger, quien concibe al ser humano como habitando la tierra bajo el cielo esperando signos de los dioses. A pesar de elevar el concepto de habitar y la apertura a la transcendencia al primer nivel filosófico, Heidegger resta importancia a la arquitectura como el arte y el conocimiento tectónico de crear lugares para aumentar el bienestar humano y vincular la existencia del ser humano con la transcendencia. Aprovechando la obra y el pensamiento del arquitecto danés, Jørn Utzon, el trabajo argumenta que pertenece a una línea tectónica de arquitectura moderna que, a través del cuidadoso tratamiento de materiales, colores y la luz, aspira a armonizar al ser humano con su entorno y así aumentar su bienestar.
El capítulo dos profundiza en la historia de la arquitectura y sus orígenes tectónicos para arrojar nueva luz sobre los modos altamente elaborados que han empleado arquitectos desde la antigua Grecia hasta hoy en día para hacer aparecer en lo tangible una dimensión intangible que apunta a la transcendencia. Si el primer capítulo presenta una antropología basada en habitar y construir, el segundo desarrolla, consciente de los límites de la disciplina, una epistemología de lo tectónico que valora aspectos visuales, materiales y contextuales, con el objetivo de mostrar su relevancia para la arquitectura moderna tardía. Los arquitectos, que en el trabajo abarcan distintos aspectos de la tradición tectónica, son principalmente Jean Prouvé y Rafael Moneo, y, en menor medida, Alvaro Siza y Alvar Aalto.
Teniendo en cuenta los límites y las limitaciones de la arquitectura, el tercer capítulo retoma el llamamiento de Utzon de crear lugares que armonizan la relación entre el ser humano y su entorno aumentando su bienestar para enfrentar los retos éticos a principios del siglo XXI. Ya en la introducción del trabajo se define lo transcendente como lo que precede al ser humano y supera lo que puede captar completamente, lo cual incluye, aparte de la inmensidad del universo, también al planeta tierra en su “transcendencia material” y al prójimo en su “transcendencia infinita”. La arquitectura está llamada a tener en cuenta y abrir la puerta a la transcendencia en estos tres sentidos, que se manifiestan arquitectónicamente como belleza tectónica, como bondad en forma de hospitalidad y consciencia ecológica y como verdad representada por la ecclesia cristiana que reúne los tres sentidos de transcendencia en la Iglesia como civitas dei.
A pesar de la pluralidad de estilos eclesiales, las iglesias cristianas son ejemplos paradigmáticos de obras tectónicamente muy elaboradas, cuyas sentido es recibir a los seres humanos para unirles en el Espíritu Santo. La obra concluye que la intención de construir un espacio sagrado para los seres humanos está también presente en las obras de Alvar Aalto y Louis Kahn. El Salk Institute for Biological Studies en California, diseñado y realizado por el último, refleja esta intención de crear un punto de encuentro entre lo inconmensurable y lo conmensurable: la vida a una escala microscópica y la vida a una escala cosmológica se encuentran allí en las instalaciones donde científicos estudian las células más diminutas con las vistas al océano pacífico y el cielo. La arquitectura ha hecho posible que la objetividad científica se abre ante lo que le trasciende, el universo inmenso e inconcebible que nos rodea.